Ser mujer y ser madre en la sociedad actual

El tema mujer y maternidad es verdaderamente importante, porque cuando hablamos de salud mental sabemos que es en la madre donde recae un peso y una responsabilidad enormes respecto de sus vástagos. Hay que ver cuanto se puede exigir de ellas, quienes son, y que responsabilidad y función tienen el padre y la comunidad para que las mujeres puedan llegar a ser madres.

A veces, o casi siempre, la maternidad no tiene el suficiente soporte social y cultural que debiera dado que está en juego algo importantísimo que no solo atañe a la calidad de vida de las madres, sino a la de todos nosotros que nacemos de ellas, es la calidad de la vida emocional y mental de todos nosotros la que se pone en juego cuando no cuidamos la función materna y quien la sustenta, la mujer.

Cuando hablamos de una madre, decimos cosas cómo”gracias a su madre que este niñ@ o adult@ está bien” o “con ésta madre es imposible que esté bien”. Estas valoraciones en ocasiones incluyen al padre pero todos sabemos que a la madre se le exige mucho más, porque ella es la matriz de la vida psíquica del niñ@ y su posición es crucial en el proceso de madurez psico-emocional del mismo.

 

¿Pero qué es ser buena madre? ¿Cómo se consigue?

La mayoría de las veces somos malas madres, madres sobreprotectoras, madres insuficientes, madres fálicas, madres posesivas. Las madres tenemos-debemos que introducir la función paterna, estar castradas, no buscar el falo en el hijo, admitir no estar completas, debemos ser madres que encuentran la medida justa para las cosas, que aman pero no ahogan, que vigilan pero no fiscalizan, que permiten pero limitan.

En definitiva, estar en el lugar adecuado, para dar al otro un lugar adecuado, pero, como se fabrica una madre? De que está hecha?
Reflexionemos entonces sobre esto:
¿Quién es una madre? Una mujer
¿Quién es una mujer? Una hija
¿Quién fue una hija? Una niña
¿Qué fue de esa niña? Creció, y es ahora una mujer que es madre.

Podemos decir (parafraseando a Sara Velasco) que “llegar a ser madre de un niño, pasa por el encuentro entre el hijo real que llega a la realidad corporal, sin palabras que lo representen aún en el psiquismo de la mujer, con el hijo imaginario, imaginado y fantaseado por la mujer mucho antes, incluso de que nazca, y el hijo simbólico, el que llega a tener un lugar como sujeto y un nombre propio”.
Poder permitir que este proceso se desarrolle favorablemente requiere de un nivel madurativo que no toda mujer ha podido obtener en el trascurso de su vida.

Ser madre implica primero ser hija, ser niña, tener nombre propio y propia identidad.
Implica ser reconocida en la diferencia con el niño, no como la que carece, sino como poseedora de lo que no se tiene. Implica reconocer que en el transcurso evolutivo de nuestra especie se ha caído en la envidia y el menosprecio hacia la mujer, del cual, todavía sufrimos las consecuencias, por tanto ser niña todavía es un peligro, una desgracia o una amenaza para muchos padres, una carga inútil en muchos países, que valoran a un ser humano por su fuerza motriz. Una niña todavía no es una niña de facto, todavía es en muchas ocasiones el germen de un ser al servicio de, como la misma Biblia indica, un ser añadido para que el hombre no esté solo, de manera que puede ser usada, esclavizada, tratada como un objeto sexual, o simplemente ignorada.
Ser niña pasa por ser aceptada y entregada a la vida con pleno derecho a ser mujer.

Ser mujer es imprescindible para llegar a ser esa madre que deseamos ser, la madre de libro, la buena madre de cuento, la madre de nuestras amigas, la idealizada, a la cual renunciaremos una vez hayamos dado a luz.

 

¿Y cómo poder ser mujer?

Ser mujer es aquel camino que comienza en el deseo de una madre que no se decepciona al tener en su vientre a alguien igual que ella, que tolera la hostilidad de su hija por su competitividad edípica y le ofrece un destino de futuro, en que un padre otorga la feminidad por su mirada aprobatoria, que no incestuosa, que no denigradora. y hace sentir a la niña su potencial femenino animándola a expresarlo al tiempo que la lanza a la vida renunciando a ser su propietario.

Ser mujer requiere todo un recorrido, que le permite al final desear, desear a otro por ser incompleta, desear un compañero, desear un hijo, no como algo que la haga completa, sino como algo que la haga, que la haga madre, o sea, investida de una nueva identificación y deseante de nuevo.

Cuando Yo mujer quiere, puede aparecer una madre.

La mujer acoge la función materna desde el momento en que se entrega al otro para que la embarace. Aceptar lo que el otro incompleto le entrega, para fusionarse con su propia incompletud, y dar así un ser incompleto a su vez.

Es posible que no podamos ser mujeres por no haber podido ser niñas, adultas antes de tiempo, sobreexcitadas tempranamente, abandonadas, rechazadas, absorbidas o sometidas. Y más tarde adolescentes buscando su identidad, (muchas veces fallidamente en la maternidad), a través de valores sociales que no permiten fácilmente encontrar el lugar de la feminidad.

Ser madre levanta las ampollas de no haber podido ser todavía mujer.

Y aún así la mujer desea ser madre, a veces buscando en un hijo otras cosas, otros anhelos perdidos, pero sustentado seguramente por la pulsión ancestral de perpetuidad y supervivencia y por la necesidad de amar y ser amada ofreciendo su cuerpo y su sangre.

La mujer y el hombre formamos la comunidad de los llamados seres humanos y es responsabilidad de todos que tanto la feminidad como la masculinidad sean reconocidas como lugares diferentes, y no jerárquicamente desiguales.

Es obvio que hoy en día se da una paradoja, la mujer ha conseguido encontrar un precio al sometimiento, su libertad económica, ha encontrado un lugar de reconocimiento social demostrando que puede pensar, organizar y gestionar, que se puede desenvolver perfectamente en un mundo diseñado por hombres, ha conseguido “la igualdad”, pero a estas alturas todas sabemos que no es más que una engañosa trampa.

La mujer lo descubre cuando es madre, en ese momento se da cuenta de que su lugar de reconocimiento no es solamente ese, en el del mundo laboral o intelectual, un lugar de reconocimiento importantísimo es cuando es madre .

La mujer se repliega hacia adentro, ya durante el embarazo se produce una regresión en la que la mujer se puede identificar tanto con la madre, el receptáculo que es ella ahora, como con el bebe el contenido que ella fue, a partir de ese momento se van a suceder vivencias lo suficientemente significativas que llevarán a la mujer a ese otro lugar, espacio contenedor, que sustenta la vida.

El espacio contenedor que en un primer tiempo sustenta la mujer, debe ser sustentado a su vez por el hombre, la pareja o por la comunidad más cercana, o sea la familia. Sin esa contención de fuera hacia adentro no se pueden dar las condiciones más adecuadas para la creación del vínculo afectivo entre la madre y su bebé, que permitirá un buen desarrollo psíquico-afectivo del mismo. La mujer-madre necesita de un tiempo para dedicarse a su hijo dentro de ella y más tarde fuera, un tiempo y un espacio para ayudar al bebé a metabolizar el mundo emocional y pulsional que le inunda.

Dar soporte a ese proceso es dar espacio a la vida, a los sentimientos, a la sensibilidad y al respeto del otro, es otorgar tiempo tanto al mundo psíquico-emocional del bebé como al de la madre, la cual lo necesita para crear un vínculo afectivo sano que proporcionará en el niño una sensación de seguridad y de amor que es el único pasaporte para la salud mental.

Ella pone el cuerpo, el corazón y todo su mundo psíquico-emocional, por ende, ella también necesita. Necesita soporte, para poder soportar, continente para poder contener, y valor para permanecer cuidando esa vida que nace hasta que el ritmo de la crianza le permita reincorporarse de nuevo a un lugar más externo.

La comunidad y el padre forman parte intrínseca de este proceso y son ellos los depositarios de ese otro lugar complementario que permitirá a la mujer encontrarse con la maternidad sin morir en el intento.

Escrito por: Susana Soria Maurel
Estudió Psicología Clínica en la Universidad Central de Barcelona, licenciándose en el año 1986 y ejerce como psicoterapeuta desde entonces. Se ha especializado en el tratamiento del Trauma, aplicando una metodología que permite agilizar la resolución de los conflictos internos, teniendo siempre presente la relación entre la mente, el cuerpo, y la esencia de la persona.
Autora: Susana Soria Maurel
Estudió Psicología Clínica en la Universidad Central de Barcelona, licenciándose en el año 1986 y ejerce como psicoterapeuta desde entonces. Se ha especializado en el tratamiento del Trauma, aplicando una metodología que permite agilizar la resolución de los conflictos internos, teniendo siempre presente la relación entre la mente, el cuerpo, y la esencia de la persona.

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